Las fábulas chinas son relatos que se transmitieron oralmente, de generación en generación. Cada fábula china tiene una moraleja, es decir, enseña un valor social o cultural a sus oyentes.
A diferencia de las fábulas occidentales, no tienen porqué aparecer animales, aunque es frecuente encontrar fábulas chinas de animales.
A continuación, le propongo que lea las siguientes fábulas chinas cortas, para que disfrute y a su vez piense en sus enseñanzas:
Hubo una vez un hombre que perdió su hacha. Creía que se la había robado el hijo de su vecino. Lo observaba: caminaba como un ladrón, vestía como un ladrón e incluso hablaba como un ladrón.
Sin embargo, más tarde, encontró su hacha en un valle y volvió a observar al joven: Ya no le parecía que caminase como un ladrón, ni que vistiese como un ladrón, tampoco que hablase como un ladrón.
Esta es otra de las fábulas chinas más conocidas. Un hombre tenía un platanero seco. Su vecino le advirtió: “Tener un platanero seco da muy mala suerte”.
Así pues, el hombre lo taló y una vez talado, su vecino le pidió un poco de leña para el fuego. El dueño del platanero, entonces, se dio cuenta: Lo único que quería su vecino desde el principio era hacer una hoguera, y le había engañado.
Había una vez un hombre con una inmensurable sed de oro. Era un hombre pobre y su trabajo le daba solo para vivir austeramente, pero quería ser rico.
Un día en la plaza, vio unas figuras de oro en un puesto de comerciantes. Se apoderó de una de ellas y se la intentaba llevar, un oficial lo llevó preso y le preguntó: “¿Por qué robaste el oro en presencia de tanta gente?” A lo que contestó: “Yo no vi a nadie. Sólo vi el oro”.
Un zorro estaba cazando y atrapó un zorro en sus fauces. El zorro le dijo: “A mi no me puedes cazar, pues el Emperador del Cielo ha ordenado que no me cace nadie. Si quieres lo puedes comprobar. Llévame a tu lado y ya verás como los demás animales me temen”.
Así lo hizo y en efecto, los animales parecían tener miedo, pero el tigre no se dio cuenta de que en realidad, le temían a él, no al zorro. El zorro le había engañado.
El señor Ye amaba tanto los dragones que tenía dragones pintados y tallados por toda la casa. Su casa parecía un templo dedicado a estos seres.
Cuando el Dragón Celestial se enteró, fue a casa del señor Ye y metió su cabeza por la puerta de la casa del señor Ye y su cola por una de las ventanas. Cuando el señor Ye lo vio salió corriendo y gritando aterrorizado. Después de todo, no amaba tanto los dragones.
Un hombre iba paseando por la orilla del río, cuando vio a otro hombre tratando de tirar a un niño al río. El niño lloraba y gritaba. “¿Por qué quiere tirar a la criatura al río?” le preguntó al señor.
Éste le contestó “Es que es hijo de un buen nadador”. Por mucho que el padre sea un buen nadador, no significa que su hijo también.
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